sábado, 9 de marzo de 2013

El colmo de la perversión

Humillados y ofendidos, la primera novela que Dostoievski publicó después de regresar de su destierro en Siberia, puede calificarse de dickensiana por sus personajes, por su contenido melodramático, por su crítica de los poderosos, por su construcción en capítulos que tienen finales en punta que tiran del lector hacia delante, y por su desenlace favorable a los héroes. No fue bien recibida por la crítica pero sí fue, y sigue siendo, una de las novelas más populares del autor.

El narrador, Vania, es un escritor joven que publica una primera novela —cuyo contenido coincide con Pobres gentes—. Está enamorado de Natascha, la hija del administrador de las posesiones del príncipe Valkovski, pues crecieron juntos, pero Natascha se enamoró de Aliosha, el alocado y bondadoso hijo del príncipe, y huyó con él. La vida de Vania oscila entre cuidar a Nelly, una niña con epilepsia, después de rescatarla de la casa de la malvada señora Boubnova; consolar a los padres de Natascha, profundamente heridos por la huida de su hija; y mediar entre Aliosha y Natascha. Entretanto, los planes de Valkovski los amenazan a todos.

Dostoievski atribuyó parte de los defectos de su novela a que, debido a los plazos de entrega, estaba obligado a escribir tramos cortos y a que no pudo realizar todas las correcciones que le gustaría. Sea como sea, intentó desarrollar una trama en la línea de Balzac o Dickens, con un motivo temático: «tendremos que elaborar nuestra futura felicidad a base de sufrimiento», dice Natasha. Fue también una primera tentativa de dramatizar los peligros morales que hay en las ideas radicales: según Dostoievski el colmo de la perversión humana consiste en justificar una acción baja o viciosa con el motivo de que el sufrimiento que causa es bueno para la víctima involuntaria.

Es destacable la descripción realista de las vidas de los infortunados. Así, hablando del comportamiento de Nellie, el narrador dice: «se diría que se recreaba en el dolor, en el egoísmo del sufrimiento, si se me permite la expresión. Yo podía llegar a entender aquel enconamiento del dolor, aquel regodeo: era el deleite de tantos humillados y ofendidos, de tanta gente que había sido aplastada por el destino y había sentido en carne propia su iniquidad». E Ijmeniev, el padre de Natascha, afirma el poder del amor familiar frente a los abusos cuando se reconcilia por fin con su hija: «¡Aunque hayamos sido humillados, aunque hayamos sido ofendidos, otra vez estamos juntos, y ya pueden volver a triunfar los soberbios, los altivos que nos han humillado y nos han ofendido!»

La maldad del príncipe Valkovski, un personaje sin luz positiva ninguna, queda clara en una declaración a Vania: «Ámate a ti mismo: esa es la única regla que acato. La vida es una transacción comercial: no conviene tirar el dinero, pero hay que pagar cuando uno queda satisfecho; ésa es la única obligación que tenemos con el vecino. Esa es mi moral, por si quiere saberlo, aunque le confieso que, en mi opinión, es preferible no pagar al vecino, e ingeniárnoslas para que nos sirva de balde. No tengo ideales ni quiero tenerlos; nunca los he echado de menos». Y más adelante sigue: «No sé lo que son los remordimientos de conciencia. Estoy de acuerdo con todo siempre que me vaya bien: somos legión los que pensamos así, y lo cierto es que nos va de maravilla. Todo es perecedero en este mundo, pero nosotros jamás pereceremos. Existimos desde la noche de los tiempos. Ya puede hundirse el mundo entero que nosotros saldremos a flote».

Fiódor Dostoievski. Humillados y ofendidos (Униженные и оскорблённые, 1861). Barcelona: Alba, 2010; 437 pp.; col. Clásica; trad., introducción y notas de Fernando Otero Macías y José Ignacio López Fernández; ISBN: 978-84-8428-615-8.